Ese gusanillo

Desde que tengo uso de razón, he tenido el famoso gusanillo del emprendedor, digo famoso porque lo que pensaba que era una manera original de llamar a esa inquietud personal de poner en marcha un proyecto no es tan original. Podéis poner en Google gusanillo y emprendedor y veréis que no soy el único.

Empiezo de nuevo. Desde que tengo uso de razón, he tenido una inquietud, pionera en mi familia, en poner en marcha un proyecto propio… Un momento, la expresión “desde que tengo uso de razón” denota una cierta amplitud temporal y no quiero engañar a nadie.

Ahora sí. Desde que, estudiando en la universidad, empecé a dar clases de refuerzo en Matemáticas, Física y Química, he tenido en múltiples ocasiones motivación y ganas de poner en marcha un proyecto propio. Digo desde que empecé a dar clases de repaso porque mi primera idea fue poner una academia de repaso especializada en ciencia. En aquellos momentos, año 2000, todos los que queríamos optar por ese modelo de negocio no teníamos problemas en conseguir clientes/alumnos. De hecho, en más de una ocasión teníamos que decir no, una buena lección empresarial que ojalá hubiera interiorizado en ese momento.

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Durante varios años, en no pocas ocasiones, estuve delante de un papel haciendo números. Ahora me doy cuenta de que ese fue mi primer plan de empresa, en el que valoraba costes vs ingresos. No iba mal encaminado; cierto que no tenía en cuenta todos los factores, pero eran papeles donde de una manera u otra valoraba el coste de adquisición, los gastos fijos y variables y hasta el break even. Una cosa importante es que iba al grano, sin postureo (@PostureoStartUp), con números y cuatro ideas básicas de dónde sacar clientes, cómo captarlos, cómo tener una cartera de más profesores, cuánto pagarles para que les compensase no hacerlo por su cuenta, dónde desarrollar la actividad…Por una razón o por otra, la idea se quedó ahí.

En el año 2010, cinco años después de acabar la carrera y con varios proyectos más metidos en un cajón, di un pasito más: tuve la idea del siglo. No está mal creer que has tenido una idea única y poderosa; lo que no es aconsejable es que esa creeideancia perdure cuando lanzas tu proyecto. No nos engañemos, pocas veces somos los primeros en algo y los negocios no son una excepción. Además, si se diese el caso, si después de analizar la competencia sigues creyendo o sabes que eres el primero, deberás responder a muchas preguntas. Una de ellas: ¿por qué nadie lo ha hecho antes?

La mejor manera de validar una idea es compartirla, ahora lo sé, pero en aquel momento me surgió de forma espontánea. Curioso, pero ese proceso me ayudó a conseguir uno de los pilares fundamentales a la hora de poner en marcha un proyecto: el equipo. En poco tiempo nos involucramos cuatro personas: un diseñador, dos desarrolladores y yo. Un equipo compensado, capacitado e ilusionado. Además, tuve como “advisor” a Felipe Navío, co-fundador y co-CEO de la exitosa startup Jobandtalent. Ahora queda muy bien decirlo pero la realidad es que fueron un par de llamadas a un amigo y la única persona que conocía que había puesto en marcha una empresa tecnológica. En la actualidad es más complicado que me conteste al teléfono pero siempre son enriquecedoras las conversaciones cuando podemos coincidir en Palma o Madrid.

En un año no conseguimos un MVP (del inglés Minimum Viable Product). Todos teníamos claras nuestras obligaciones pero ninguno tenía dedicación exclusiva y, lo peor, ni nos lo planteamos. Otra buena lección para un emprendedor.

Carlos Alonso

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Un comentario sobre «Ese gusanillo»

  1. […] competitivo y excelente. Y qué es si no suerte que a la vez que yo le daba vueltas a la idea de emprender, ellos se plantearan poner a disposición de la sociedad la tecnología que habían ido […]

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